El maldito agujero en la capota del Citroen 2 CV no paraba de filtrar agua. Afuera llovía a cantaros, y yo tratando de recuperarme de un viernes para el olvido. Serian las 5 de la mañana en la playa de estacionamiento del club y ya estaba empezando a clarear. La decisión de ir directamente del boliche al club había sido acertada. Parar en casa a dormir un par de horas hubiera sido simplemente el final. No me levantaban ni con una grúa para correr. Ahora había que poner garra y tratar de descansar las dos horitas que me quedaban antes que arribara el resto de los delincuentes. La madrugada pintaba mal: Sudeste 25 nudos, 30 en las rachas, lluvia y frio. Yo tratando de acomodarme en el interior del citruca con mi despeluchado polar Javlin que destilaba una gama de perfumes que iban desde Marlboro hasta Coco Chanel, con un dejo agridulce del primer Gancia con limón que no quería terminar de decir adiós...
Con cada racha el Citro se movía de lado a lado y el puma a contrapelo que tenia en el esófago amagaba a salir no sin antes dejarme la faringe desgarrada. Que día me esperaba! Por suerte, con el pasar de las rachas de a poco comencé a amigarme con la gotera, el olor a Gancia y el felino, y felizmente me entregué a Morfeo...
El bamboleo lateral me golpeó fuertemente contra la bocha negra de la palanca de cambios. Esta vez no era el viento. Abrí los ojos y con un estado de resaca similar a la que tendría Vinicius el día después de su quinta despedida de soltero, reconocí rápidamente las risas de los muchachos. Habían ido llegando de a poco y al tener quórum entre todos se habían prendido al Citro como garrapatas, agitándolo de lado a lado.
-VAAAAAMOOOO, VAAAAMOOOOOO!!!, se escuchaba. Que infierno me esperaba!
Eran ya pasadas las 7. Bajé como pude del auto cayéndome sobre el ripio de la playa de estacionamiento, con mi bolso Hood que había usado de almohada enredado, y sin decir palabra encaré para el barco.
La barra seguía riéndose y trataba de interrogarme acerca de la rubia animal con la que me habían visto toda la noche bailando en el boliche (la cual ellos no sabían, me había abandonado después de que por sexta vez le preguntara como se llamaba...). El estado de cada uno de los muchachos, a excepción de Maxi, era casi como el mió. Trepé al barco como pude y me apropié de una de las cuchetas de estribor. El Capi ya estaba preparando la primera ronda de mates. Justo lo que necesitaba!
-Que tierno esta el asado! Dijo el enano maldito. Claro, ahora que estaba en "fase careta" se acostaba temprano. Maxi estaba a un 120%. Después de haber dormido toda la noche, iba a ser difícil poder seguirle el tren.
- Gordo, estas todo mojado!-siguió-Todavía no arreglaste el agujero de la capota que te hizo la perra esa con los tacos agujas?
-le puse "riff stop" pero se voló. Contesté. Mis respuestas eran cortas y al grano. Me estaba empezando a doler la cabeza, y sabía que aun había que remar todo un largo día por delante.
Para mi grata sorpresa, había dejado de llover y lo que yo creía una Sudestada, resulto ser un Este pasajero, que luego de bornear al Noreste, calmó y dejo asomar a Febo. Ahora la historia era otra. Media batalla estaba ganada!
El recorrido a motor hasta la largada fue tranqui, esta vez sin tragos (la noche realmente había sido dura no solo para mi), y la recuperación global se estaba empezando a hacer presente. Un par de tortas negras con mate, y ya estaba listo para cualquier cosa. Mayor arriba, escotas y carros en sus respectivos lugares y una vez mas el TERNURA estaba listo para otra de sus andanzas.
La Cingano era una de las dos regatas más importantes del calendario local. Organizada por el Náutico Ensenada, y nombrada en honor al Dr. Carlos A. Cingano, reunía gran cantidad de veleros de los clubes de la zona. Se largaba a las 9 de la mañana del Puerto La Plata (Argentina), y los primeros barcos por lo general arribaban pasado el mediodía, después de cruzar el Río de La Plata, a Colonia del Sacramento (Uruguay). Nosotros con el TERNURA llegábamos siempre entre los primeros, lo cual significaba (dependiendo de que porcentaje de la tripulación estaba herida de la noche anterior), que pintaba de siesta religiosa hasta la tardecita, o en lugar inmediatamente después de las tartas y empanadas de la llegada empezaban las rondas de "enfurecedores", y ahí ya la cosa duraba non-stop hasta el otro día. A veces me preguntaba porque siempre el grupo en su totalidad tenía esas conductas extremistas..
Esa tarde habia pintado de siesta, lo cual nos vino muy bien, al menos para mí. Un par de horas más tarde, y con las pilas recargadas nos vimos sobresaltados por los alarmantes gritos del capitán.
-Muchachos, estamos jodidos! dijo Arnaldo, quien rara vez perdia la calma.
Lo primero que se me cruzo por la cabeza fue la posibilidad de que hubiera ocurrido alguna desgracia familiar; tal vez no era para tanto y había problemas de matriculación del barco, alguna bengala vencida...no era el caso. El problema definitivamente era grave: Se había roto el esteréo.
La barra estaba aterrada por el futuro de la inminente noche. Rogelio miraba su estuche repleto de CDs totalmente desauciado. Era una verdadera tragedia. Victor Puente, otro del grupo, amenazaba con cortarse las venas con una empanada de carne. Los otros lloraban sin consuelo. Sin embargo, luego de reponernos de la noticia, la solución llego en forma casi inmediata.
La caminata hasta el centro fue a paso firme. Compramos un equipo de audio nuevo en el primer boliche que vimos, regresamos al barco, lo conectamos, y en una hora ya estábamos en carrera nuevamente. El TERNURA podía no ganar a veces en el agua, pero la regata en tierra le pertenecía por definición. No tener equipo de audio era como correr sin vela Mayor.
Recuerdo que aquel año, para la entrega de premios el club había decidido reemplazar las viejas copas de hojalata por premios más funcionales. Los premios se otorgaban en Colonia a la noche, después de una chorizada y algunas copas. No nos había ido bien en la regata, con lo cual no esperábamos recibir premio alguno. Sorpresivamente, minutos antes de comenzar la repartija, la comisión de regatas anuncio que a modo de excepción iban a ofrecer ese año algunos premios alternativos. Una de las categorías que ni bien fue anunciada nos trajo alguna esperanza fue la del tripulante mas feo. Sabíamos que con nosotros estaba el narigón. Para quellos que no tuvieron la suerte de conocerlo, no había sobre la superficie terráquea algo mas feo, repugnante y desagradable que el narigón después de una mezcla de vino tinto, cerveza y gin tonic. Si a eso le agregábamos el aliento a tarta de cebollas del mediodía, era para otorgarle el premio Nóbel del terror. Aun en esas noches de invierno en las que pierdo el sueño, me sigo preguntando como el alcohol puede transformar el rostro de un ser humano de tal forma. Era como si la cara se le hinchara y derritiera al mismo tiempo. La voz ronca y los gestos ayudaban de manera sobresaliente también. No había dudas: era el candidato a llevarse el premio.
La contienda era por aplausos del público. Cuando el narigón subió al podio, interpretando a su personaje favorito: una suerte de Larguirucho mezcla con jorobado de Notre Dame, los presentes estallaron en un aplauso masivo. Ganó por robo! El premio consistía en un pequeño muñeco de marinero onda Equeco, que duro en una pieza entre 15 y 20 minutos hasta que la barra lo despedazó.
Lo interesante de aquella entrega de premios fue que a modo 'consuelo', y tal vez para promocionar estos artefactos hogareños, cada tripulante se llevaba una mini "canasta familiar" en la que venia incluido uno de esos tostadores de lata antiguos, los cuales cumplian su función al calentarlos sobre una hornalla. Si bien al principio nadie les prestó mucha atención, con el correr de la noche estos utencillos comenzaron a sorprender por su efecto volatil antigravitatorio. Sin entrar en detalles, recuerdo ir caminando por una de esas calles de adoquín oscuras al finalizar la entrega, cuando el primer meteotostadorito cayó del firmamento muy cerca mio e impactó contra el parabrisas de un Ford T que estaba estacionado a escasos metros. A partir de ahí, la lluvia de tostadores se hizo sentir, dejando a un tendal de tripulantes tirados por el suelo, sin saber que estaba pasando. Era maravilloso ver a estos cuadriláteros de hojalata caer del éter brillando intermitentemente al reflejo de la luna. El estruendo que hacian al impactar contra las cabezas de los transeuntes generaba un tono musical digno de ser escuchado. Un fenomeno meteorologico sin precedentes en este continente.
Por suerte unos pocos logramos llegar al boliche sin perdida sanguínea alguna. El resto de la noche cursó sin mayores sobresaltos. Solo la típica pelea 20 contra 20, visitantes vs. locales, la policía que nos llevó a todos a la comisaría local, etc, etc. En fin, la típica rutina de fin de semana Colonial.
La mañana de domingo nos sorprendió amarrados a la escollera del Club Yachting y Pesca con inclemencias similares a la del día anterior: Lluvia y viento, resaca y bamboleo, perfumes y felinos. Pero a diferencia de aquel sábado gris, ese domingo no solo nos dimos el lujo de desayunar tostadas.. La música en el TERNURA sonaba como nunca!
OC, Marzo de 2009
3 comentarios:
MUUUUYYYY BUENO OSKY!!! DESCONOCIA TUS DOTES LITERARIAS...ME HAS HECHO REIR COMO LOCA. UN BESO, MARIA LUZ
Que buen relato, hasta me acuerdo del trofeito al trip mas feo que lo destripamos en segundos...y la lluvia de tostadores...
VT.
Acabo de descubrir este blog intentando buscar varios conceptos sobre "si te digo la verdad, miento". Parece interesante, lo leeré en los próximos días :-)
Un saludo,
Publicar un comentario