domingo, 29 de marzo de 2009

Pegasus





La noche era cálida y cerrada. Arrastraba ese dulce y húmedo aroma que emana de las plantaciones de algodón después de las lluvias estivales. La densa oscuridad sólo se veía interrumpida ocasionalmente por algún brillo de luna que acechaba de tanto en tanto, como para pintar una imagen instantánea de aquel dinámico paisaje. En el horizonte, un apenas perceptible resplandor rosáceo anunciaba la inminente llegada de un nuevo día.

Como cada madrugada en su rancho de Alabama, Caroline se encontraba pronta para otra jornada de trabajo. Su rostro reflejaba ese interesante matiz contradictorio de la tranquila y a la vez dura vida de campo. Era imposible adivinar su edad. Si bien las arrugas en su piel delataban que su adolescencia había quedado décadas atrás, sus ojos aún irradiaban esa mezcla de ingenuidad y optimismo característicos de la juventud. Sin embargo, un dejo de preocupación se hacia evidente en su rostro...

En un par de horas más otro pesado y largo jornal comenzaría, pero a ella no le importaba trabajar duramente todo el día. Si bien con suerte la cosecha solo alcanzaría para cubrir el alimento para los animales y la pintura del establo, ella había aprendido a vivir del algodón desde que su padre le enseñara todos sus secretos cuando niña, y era feliz haciéndolo. Lo que le molestaba no era eso..

A unas 300 yardas al Este de su casa, junto al molino, yacía el viejo establo. Si bien había sido construido por su abuelo más de 50 años atrás, su mantenimiento a lo largo de los años se había logrado gracias al obsesivo trabajo de ella. La pintura de color verde oscuro estaba en óptimo estado, y los dos grandes portones de color blanco inmaculado, cerraban con la precisión de una caja de seguridad suiza.

En las últimas semanas algo había alterado la paz de aquellas silenciosas noches campestres. Desde hacia días los relinchos proveniente del establo no le permitía conciliar el sueño. Pegasus, su fiel caballo y compañero inseparable de trabajo de toda la vida, estaba comportándose en forma extraña. Si bien Caroline podía no darse cuenta de las desapariciones nocturnas de Jonathan, su marido; o no percibir los cambios de conducta bizarros en su hijo adolescente, Jim; ella conocía a su caballo como a nadie y podía asegurar que algo, sin lugar a dudas, molestaba al blanco corcel.

Pegasus no era un caballo común y corriente. Caroline aún recordaba aquella primavera de 1987, cuando de repente una tarde Pegasus comenzó a revolear la cola como las aspas de un molino. Ella rápidamente pudo advertir que no se trataba del típico movimiento oscilante y arrítmico con el cual los caballos espantan a las moscas de sus traseros. Esa vez la voluminosa cola giraba rápida e ininterrumpidamente, con el preciso ritmo de un metrónomo. Al mismo tiempo su cabeza giraba hacia atrás, sus ollares se dilataban, y un relincho corto, pero penetrante irrumpía el silencio de la tarde, mientras sus oscuros ojos trataban de advertir algo. Minutos mas tarde, su campo al igual que otros vecinos era azotado por un feroz tornado, el cual destruiría gran parte del condado y dejaría a varios rancheros al borde de la bancarrota.

En otra oportunidad Pegasus irrumpió en la casa a la hora de la cena, e introduciendo su hocico en la pileta de zinc de la cocina resopló una y otra vez, creando grandes borbotones y salpicando con agua a todos los presentes. Inmediatamente después, abandonó la habitación y se dirigió a pleno galope hacia el rancho vecino. Por supuesto que ese comportamiento inusual hizo que Caroline al igual que el resto de los sorprendidos comensales lo siguieran, hasta descubrir atónitos que en el tanque australiano situado al lado del casco de la estancia de los Bridgestones, el pequeño Tommy de solo 3 años jugaba peligrosamente al borde de la piscina. Una vez más, Pegasus había anticipado una tragedia, esta vez salvando una vida y por ende ganándose el respeto de todo el poblado.

La noticia acerca de la virtud que poseía el singular equino se esparció rápidamente por los alrededores. En el bar de Ozzy, lugar en donde los lugareños se reunían a menudo por las noches, las historias de Pegasus crecían en forma exponencial. - A ese caballo lo han visto manejando la Ford Bronco de Jonathan-, decía Mike. - Eso no es posible- exclamaba Willie. -Bueno...no dobla aún, pero en línea recta puede manejar unas cuantas yardas-, se defendía Mike, ofendido por haber alguien puesto en tela de juicio lo que el había dicho. Michael Anastasios Fortuin, o simplemente "Mike", era el hijo de un matrimonio compuesto por un padre inmigrante franco-británico y una madre de origen griego. Si bien sus padres se habían esforzado en brindarle una muy buena educación, enviandolo a las mejores escuelas y colegios de la region, Mike se había entregado al alcohol y al juego compulsivo, luego de fracasar repetidamente en su intento por ser veterinario. Era conocido en el pueblo por inventar historias inverosímiles. Pero no se trataba solo de las historias de Mike. Otros aseguraban haber visto al caballo volar de madrugada, desplegando grandes alas, y así espantando a los cuervos de las plantaciones de maíz vecinas. -Por que se creen que se llama Pegasus?- preguntaba Ann Marie, maestra rural y una de las pocas personas cultas del poblado, haciendo gala de su conocimiento mitológico, mientras el resto la miraba desconcertadamente.

Historias como estas no le beneficiaban en nada a Caroline, quien muchas veces tenia que interrumpir su labor para atender a vecinas, quienes solicitaban tener una entrevista con el caballo para preguntarle a éste si sus hijas estaban embarazadas, si iban a ganar la lotería, o bien para saber cuan buena iba a ser la cosecha ese año.

Como suele ocurrir en estos pequeños pueblos, un dia granizó sin que Pegasus lo advirtiera, toda la cosecha de la zona se perdió y los lugareños quisieron descuartizar vivo al caballo e incendiar el rancho de los Mackenzie. Por suerte Jonathan y su hijo pudieron alejar al caballo por la puerta trasera del establo y ocultarlo en la vieja mina de carbón abandonada, localizada a unas 10 millas del rancho. Mientras tanto Caroline, en el casco de la estancia, utilizando su mirada inocente, convidaba limonada a los enfurecidos vecinos con el fin de apaciguar los ánimos. Al poblado se lo engañó asegurando que el granizo había espantado al animal y que nunca más se supo de su paradero.

Luego de un par de semanas, todo el mundo había olvidado a Pegasus. Jonathan y Jim lo trajeron nuevamente al rancho, le tiñeron la cola y las patas de negro para así evitar fuera reconocido, y esparcieron la noticia que habían adquirido otro ejemplar de cuadrúpedo similar al anterior, el cual habían hecho traer de Kentucky.

Pero Pegasus ya no era el mismo que antes del incidente del granizo. Caroline no sabía si era fruto del tiempo que estuvo escondido en la mina, la pintura en las patas, o algo más que ella ignoraba; pero lo cierto es que el comportamiento de Pegasus, especialmente durante las noches, era preocupante.

Faltaba solo una hora para el amanecer y la noche parecía estar como acostumbrándose de a poco al día. Los relinchos provenientes del establo habían cesado. Ahora que pensaba más detenidamente, el comportamiento de Pegasus durante el día tampoco era el mismo que antes. Claramente esto ultimo era más sutil, pero ella había notado que su paso era más desincronizado, hasta el trote no era el mismo: había perdido velocidad y destreza. Que le pasaría a Pegasus?

Cuando niña, su padre le había traído a Pegasus, cuando aún era un potrillo. Recordaba lo mucho que le costo entenderse con el al principio, y como de a poco fue entrando en confianza con el animal hasta hacerse prácticamente inseparables. Claro que luego de la fiebre equina que contrajo el joven potro aquel verano del 62, las cosas cambiaron. A Pegasus lo tuvieron que aislar en un galpón alejado, para evitar que contagiara aquella enfermedad, hasta entonces no muy conocida. Solo el padre de Caroline lo visitaba, llevándole agua, avena y pastura. Ella pensaba que iba a morir. Estuvo deprimida durante semanas, sin siquiera comer. A veces imaginaba que otros animales eran Pegasus, y en medio de la noche salía en camisón persiguiendo gallinas, a veces zorros, otras veces fantasmas que solo existían en su imaginación. Varios médicos de diversas especialidades fueron consultados. Se arribó a la conclusión que Caroline padecía una depresión reactiva, producto de la inminente perdida de su querido caballo.

De repente, luego de largas y angustiosas semanas, un día su padre le dio la buena noticia: Pegasus estaba mejor. Si bien ya no seria el veloz caballo de antes, podría ayudarla en la siembra, tirando un arado no muy pesado, y hasta galopar de vez en cuando. Caroline recobró su ánimo. Se levantó de su cama, y empezó de a poco a recobrar vida. Desde aquel momento, ella y Pegasus fueron inseparables nuevamente. Lo que Caroline nunca había entendido, era como Pegasus, quien había nacido en 1948, aún siguiera vivo. Ella tenia entendido que los caballos Vivian 20, 30 años, un poco más tal vez, pero jamás había oído de un caballo de 60 años. Tal vez la enfermedad lo había inmunizado contra otras. Tal vez era el cuidado y amor que ella le había propiciado a lo largo de estos años lo que lo mantenia vivo. Pero lo que le molestaba no era eso, sino que su fiel compañero se comportaba extrañamente. Habría llegado Pegasus al final de su camino? Seria coincidencia el episodio del granizo, y la realidad que Pegasus estaba realmente viejo y enfermo? pero porque semejante cambio drástico reciente?

Una tarde, mientras recorría las tiendas del pueblo, Caroline escucho a Lorraine, esposa del banquero del pueblo, contarle a otra mujer que en el campo de los Tompkins habían encontrado a una de sus vacas lecheras sin vida. Al parecer el animal había sido atacado misteriosamente en el cuello, y desangrado. No pasaron mas de un par de minutos hasta que Caroline asociara ese incidente con el comportamiento de Pegasus: sin lugar a dudas, Pegasus había sido atacado por vampiros, seguramente mientras habia estado oculto en la vieja mina, y ahora estaba experimentando la metamorfosis que atraviesan todos aquellos que son atacados por esas desagradables criaturas nocturnas. Ella lo había visto en innumerables películas y documentales. No había dudas! Seguramente el primer contacto con estos despreciables chupasangres había tenido lugar en la mina de carbón, y ahora el pobre Pegasus seguía siendo atacado cada noche en el establo. Eso explicaba los ruidos nocturnos provenientes el establo. Tambien justificaban su andar lento. La anemia lo habia debilitado a punto tal que ya no podia siquiera tirar del mas liviano de los arados.

En un instante, todo pareció de repente cobrar sentido y en su mente, y Caroline empezó a tramar un plan. Sabia que debía salvar a Pegasus, si es que ya no era demasiado tarde. Ese mismo amanecer, antes que aclarara del todo, encerró a Pegasus en el establo, lo amarró firmemente y comenzó a fregar su lomo enérgicamente con agua de ajo, la cual tambien le hizo beber; luego le hizo enemas con la misma, mientras clavaba crucifijos sobre todas las paredes del establo. Sobre el lomo del animal, pintó una gran cruz, y con otros crucifijos de hierro mas pequeños, calentados previamente al fuego hasta estar incandescentes, marcó la piel del animal, para que de esa manera quedara protegido en forma permanente de los vampiros. Esas medidas, sin dudas, tenían que funcionar. Ella lo había visto todo por televisión.

Súbitamente, el caballo empezó a emitir sonidos desgarradores que hasta parecían humanos. Luego comenzó a patear enfurecido hasta desatarse y destrozar la puerta del establo. Se arrojó al piso y se retorció como una serpiente en llamas hasta que de repente, su piel comenzó a agrietarse justo por debajo de la base de su cuello. Al mismo tiempo, los cuartos traseros se separaron del resto del cuerpo, y una mano con forma humana se asomó a través de su orificio anal, mientras otras dos afloraban de su pecho. Caroline, sin casi tiempo para reaccionar, casi perdió el conocimiento al ver tan repugnante escena.

-Esto es inaguantable! -exclamo Jim, mientras salía de adentro del caballo.

-Te lo dije padre, esto no iba a funcionar. Que me mojen con agua, vaya y sea, pero el enema de ajo...eso si que no lo voy a tolerar..y la cruz caliente en la espalda..esto es inhumano! Llego el momento de decirle a mama la verdad.

Caroline estaba petrificada. Aun no entendía que hacían su hijo y su marido saliendo del interior de su querido corcel.

-La historia es larga, Caroline-, se animo a decir Jonathan mientras vomitaba el agua de ajo.-Te acuerdas esa vez que Pegasus estuvo enfermo? Bueno, en realidad él murió de fiebre equina; pero tu padre contrató algunos peones para que simularan ser Pegasus, temiendo verte morir de tristeza a ti. Tom, hizo un buen trabajo preservando la piel original. Al principio fueron los hermanos Russell los que cada dia simulaban ser Pegasus. Ellos trabajaban en el circo de Memphis representando un número en el que hacían algo similar, pero luego se cansaron y siguieron otros. así muchos fueron tomando el lugar de Pegasus a lo largo de los años. Antes de morir, tu padre me hizo prometerle que yo seguiría manteniendo esta ilusión viva, y así lo hice. La semana pasada, después del incidente del granizo, los dos peones que venían manteniendo a Pegasus con vida desde hace 7 años, renunciaron. Según ellos las responsabilidades iban creciendo, y ya no aguantaban la presión psicológica. Uno de ellos era medio vidente, y quería probar suerte tirando el Tarot en la ciudad. Por otro lado, el estar tres semanas aislados en la mina no fue del agrado de ninguno de los dos. Ni siquiera ofreciéndoles un aumento accedieron a quedarse. Desde entonces Jim y yo hemos tratado de seguir con este engaño hasta conseguir nueva gente, pero ha sido muy difícil. Mi renguera me impide trotar, y por otro lado Jim ha estado bebiendo mucho últimamente con sus amigos, dificultando las cosas en mayor grado. Imagínate lo difícil que se nos hace mantener esto. Tratamos de practicar durante las noches, pero terminamos por lo general discutiendo y gritando. Según tu hijo yo troto en forma muy lenta, lo cual es verdad, pero es que a mi siempre me gusto el trote ingles. El en cambio viste como es, siempre se llevó las cosas por delante, siempre al galope...

Lo siento mucho Caroline. Lamento que haya llegado este dia en el cual tengamos que destruir tu ilusión, pero Jim tiene razón. Es hora de afrontar la realidad. Pegasus no existe. El murió hace años.

Con la mirada perdida y casi como sin escuchar la ultima frase de Jonathan, el rostro de Caroline empezó a transformarse. Su piel se arrugó más, como si envejeciera de repente, y su cuerpo comenzó a cambiar de apariencia, triplicando su volumen. Su abdomen se hinchó y rasgó, y su torso entero se agrietó al medio. De su interior, una yegua negro azabache asomó y reptando entre sangre y vísceras, se irguió en cuatro patas como una enorme flor que se abre de su capullo, pero en movimiento acelerado. Lo único que quedaba de la apariencia original de Caroline era el brillo de ingenuidad y optimismo en sus ojos.

Los que ahora estaban petrificados por la desagradable sorpresa eran Jonathan y Jim. No había forma que pudieran asimilar lo que estaban presenciando. El esbelto animal los miró por ultima vez como con un dejo de pena, y se alejó del establo trotando hacia el valle, hasta perderse en el horizonte.

La noche había quedado atrás, y ahora el amanecer perfumaba el rancho con un aroma distinto, menos dulce, más seco. Otro largo jornal de trabajo comenzaba. Pero a diferencia de los últimos 60 años, hoy por primera vez, Caroline y Pegasus no trabajarían...

OC, 9 de Marzo de 2009.



2 comentarios:

VT dijo...

Oscarcitooo, estoy leyendo tus cuentos, muy buenos!!! Pegasus...laburo un tiempo en tv haciendo de Mister Ed??
VT.

Osky dijo...

Jaaaa!...ED era el primo hermano, VT...